Para responder esta pregunta comencemos pensando en la
literatura como un arte, un modo de expresión y comunicación de visiones de
mundo y que tanto su producción como su apreciación facilitan el encuentro con
diversas capacidades, por ejemplo: la imaginación.
Pero ¿qué es aquello que la hace “infantil”? Claro, debe estar
dirigida a niños. Pero ¿cómo es la literatura orientada a lectores no adultos?
Recordemos aquellas experiencias iniciales con la literatura cuando éramos
niños.
Si pensamos en las primeras expresiones literarias con las
cuales nos relacionamos, debiéramos incluir adivinanzas, poesía e incluso
ciertas expresiones teatrales a las que nos enfrentamos tal vez mucho antes que
a los libros en los que luego encontramos estas expresiones y también muchas
otras. En mi caso fueron una serie de plantillas
para pintar con palabras que describían esas imágenes, los primeros “libros”
que tuve entre mis manos. Los clásicos cuentos de hadas leídos por mi madre
vinieron a presentarme la narración propiamente tal. Más tarde, solo recuerdo
hasta los nueve años más o menos la lectura de “El principito”, “Papelucho”, “Ami,
el niño de las estrellas”, narraciones acerca de las diversas experiencias de
ciertos niños con los cuales podía identificarse cualquiera. Presentaban un
personaje que vivía experiencias extraordinarias, llenas de magia. O bien,
historias cotidianas, que nos pasaban a todos pero vividas como grandes
aventuras. No recuerdo si llegué a ellos a través de la literatura
complementaria del colegio o fueron herencia de mi hermana. Pero sí recuerdo
que me gustaba mucho leer, incluso me hace sentido esa idea de la literatura
como refugio, en medio de una infancia en la que por las tardes mi hermana
estaba en el colegio y mis padres trabajando, los libros se transformaron en
una fuente de aventuras imaginarias. Sin embargo, si bien mi familia alimentaba
mi curiosidad por la lectura, su apoyo estaba solo en comprar los libros que salían
cada semana con el diario. En la escuela me hacían leer un libro cada cierto
tiempo y los recuerdos de ello tienen que ver, la mayoría de las veces, con
leer apurada para alcanzar a terminar antes de la prueba y olvidarlo todo
después.
Durante mi experiencia laboral en una biblioteca pública, he
podido observar que mi relación con la literatura no dista mucho de la del
común de los niños que visitan mi lugar de trabajo. También he podido observar
una gran cantidad de ejemplares pertenecientes a esa esto que llamamos “literatura
infantil”. Algunos de ellos son escritos con fines “formativos”: buscan
transmitir valores y formas de vida a través de narraciones ejemplificadoras ("¿Vale la pena mentir?" N. Milicic, LOM). Otros,
tienen fines “divulgativos”: quieren entregar cierta información a los niños (“Los
Delfines Del Sur Del Mundo”, M. Recabarren, Amanuta). Y otros, son
libros que buscan simplemente la entretención de los niños (“Vida de perros”,
Isol, F.C.E.). Por otro lado, podemos referirnos también al formato. Existen libros
blandos y con texturas, libros para quienes no saben leer, que buscan que el
pequeño reconozca el mundo que experimenta a través de sus sentidos, en un
libro. La diversidad en los libros infantiles es una constante que se agradece
y va en aumento.
La literatura infantil aborda al niño desde el conocimiento
del mismo, es decir, maneja un lenguaje y un entorno familiar. Puede dirigirse
a los intereses del niño o ser una herramienta para transmitirle lo que el
adulto espera de él. Podría concluir que la literatura infantil es una forma de
comunicación con los niños que puede tener diversos objetivos, pero que debe estar
hecha considerando su edad, lenguaje, experiencia con el mundo, intereses,
preguntas, respuestas, su desarrollo psicomotriz, etc. También es importante mencionar que, de acuerdo al
concepto que hoy se tiene del niño, la relación que éste establezca con la
literatura en sus primeros años será determinante en la que se establezca
cuando joven y adulto, por lo que la literatura infantil debe orientarse a una
búsqueda por atraer la atención del niño, entregándole no solo buenas
historias, sino que libros de calidad tanto en lo narrativo como en lo
objetual. En ese sentido es importante mencionar el valor del libro-álbum que, en
un mundo en que lo visual predomina, ha sabido situar la lectura como una
actividad interesante y cercana a los niños a través de un inteligente diálogo
ente lo visual y lo textual, no solo por la gran calidad de las ilustraciones
sino también porque en un mundo en que los niños están sobre estimulados no
basta con contarles una buena historia y llamar su atención con ciertos
dibujos, sino que es necesario acercarse a ellos de nuevas maneras y ésta
parece ser una buena forma.
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